29 noviembre 2010

SULFATO DE COBRE…

Para aquellos que concurrieron a cualquier secundario técnico, en especial si le daban a la química, esta experiencia les resultará familiar. Para mí tuvo una implicancia metafórica que no puedo dejar escapar. Sobre todo nos fascinaba el color azul intenso, bellísimo, cuando poníamos en un recipiente de vidrio una solución concentrada de sulfato de cobre. Cuanto más concentrada, mas azul, mas brillante, mas bella. Podía permanecer ahí sin variar demasiado, hasta que colocábamos –hilo finísimo mediante– un pequeñísimo cristal romboidal alargado del mismo compuesto. Y ahí, lentamente, casi mágicamente, empezaba un proceso que llevaba a convertir un cristal casi invisible, casi microscópico, en un enorme agregado de cristales que reproducían la forma original. Y seguía creciendo, simplemente en función del grado de concentración de la misma substancia en el líquido. Azul, hermoso, cada vez mas grande. Claro que había que esperar con mucha paciencia que ocurriera, pero siempre terminaba por llenar de magia química nuestros ojos. Todo dependía de la concentración. Pero si no aparecía el microscópico cristal capaz de aglutinar a su alrededor otros cristales, por muy concentrado que estuviera el medio, nunca se formaba nada nuevo.
En realidad, epistemológicamente hablando, las metáforas, como toda analogía, no prueban ni demuestran, al igual que los ejemplos. No explican ni dan cuenta de los determinantes de nada. Porque para toda analogía es posible sugerir otra que apunte a lo contrario, y todo ejemplo admite un contraejemplo. Y al final quedamos empatados en cuanto al valor de certeza de cualquier enunciado. Queda en opinión, no más.
Analogías y ejemplos tienen otro valor, sirven para el propósito no desdeñable desde el punto de vista cognitivo de ilustrar, permitir lo figurativo, ayudarnos a entender o a hacernos entender. O sea, tienen un valor didáctico, tanto para nuestra propia comprensión, como para comunicarla.
En ésta ocasión no he podido resistirme a la metáfora porque se me presentó con meridiana claridad apenas empezó a caerme la ficha sobre lo que significa el fenómeno desatado, no tanto por la muerte de Néstor Kirchner, sino desde un poco antes, cuando desde entre las grietas del asfalto surgió esa marea incontenible, que sospechábamos “estaba ahí”, pero no se expresaba. Lo que nos hacía pensar, cuando lo de “la 125” que estábamos como Tarzán, solos, en bolas y a los gritos. Colgados de una liana…
El tipo era como cualquiera de nosotros, su dimensión minúscula al principio, empezó cumpliendo la única función de ahorrarnos la vergüenza de “lo otro”. Sin embargo había mucha tensión en el ambiente, mucha solución concentrada que “no cuajaba”, que requería de ese pequeño “germen” (así llamábamos al minúsculo cristalito), y apenas se introdujo en la concentración de expectativas frustradas, de ganas de “algo”, fue solo cuestión de tiempo. Y terminó por convertirse en lo que hoy asombra a propios y extraños. Claro que hacía falta que se sumaran otros elementos.
No tengo muchas ganas de apologías a esta altura, tampoco hago falta para eso: hay demasiados enganchados de última hora, ahora que el cristal de sulfato de cobre tiene la dimensión necesaria como para que nadie pueda hacer como que no lo ve.
Para dar un giro conceptual a la analogía propuesta en la entrada al tema: no hay nada que pueda llamarse destino, ni manifiesto, ni “destinado al éxito” ni gansadas similares. Lo que hay sí, es una extraña y variable combinación de proyecto y circunstancias. A veces se puede, a veces falta un proyecto claro, a veces la circunstancias ayudan, a veces hay que fabricarlas. Variante un poco más decente a aquello de “es lo que hay”, de posibilismo vergonzante a que nos fuimos acostumbrando. De hecho todos, individual y/o colectivamente, hacemos los que podemos con lo que tenemos. Por lo general, menos que eso…
Y a veces nos llevamos una sorpresa. Como cuando un tipo como éste nos contradice y nos obliga a reconocer que podíamos más de lo que pensábamos, o que, al fin y al cabo y sin saberlo, teníamos con qué hacer lo que había que hacer. Mucha solución concentrada, hacía falta el cristalito…
Y en eso estamos hoy. Aquí y ahora. Porque la metáfora puede extenderse geográficamente a nuestro entorno inmediato. Bueno, debo reconocer que no sé si la concentración de tensiones y deseo de cambio –y asco de lo que hay–, es la suficiente en estos pagos. Tampoco sé si no se esconde por ahí algún tapado, candidato a cristalito local.
No quiero hacer nombres, pero ¿cuántos están dispuestos a meter un voto, útil o testimonial, por la oferta a la vista?
Tampoco podemos hacernos los finolis, por aquello de que “el que tenga el voto limpio, que arroje la primera urna”… Porque no siempre fuimos capaces de hacer un adecuado balance entre lo ético, lo pragmático, y lo estético. O, en términos menos académicos; entre lo que nos parece que es lo correcto, lo que responde a nuestros intereses, o lo que simplemente nos gusta; al momento de optar por “eso es lo que hay”.
Muchos de los que estamos afiliados al Partido de los Sin Partido, de aquellos que seguimos buscando aglutinantes para arrimar el hombro, o al menos el bochín, empezamos a percibir que se va concentrando “el sulfato de cobre” –permítaseme seguir con la metáfora química un poco más–, sin saber, ni tener el modo de averiguarlo, si ha pasado o no el punto de la concentración necesaria. La pregunta es ¿y si simplemente falta el cristalito local, y dejamos pasar la ocasión?
Para incomodidad de los que tienen ganas de formar parte de un agregado que pueda crecer poco a poco como opción, es inevitable que se acollaren los oportunistas en busca de carguito o influencia que les niega el peso de la partidocracia local. También eso “es lo que hay”, que le vamos a hacer.
Ayer me junté con otros amigos, compadres, cumpas, gente del palo, ilusionados con lo que puede venir –o no venir– a la Provincia, para escuchar-charlar con los ídem del Encuentro por la Democracia y la Equidad (EDE para los que buscan sellos). Y me pareció ver un cierto brillo añil.
Mañana pienso arrimarme a ver cómo anda la cosa con los “chicos” del Congreso Bicentenario Pampeano”, para ir testeando el grado de concentración necesario, la tensión indispensable para que surja algo nuevo aquí, de modo que el agregado cristalino siga creciendo. No importa si venimos a ser zurditos de mierda, peronchos, radichetas, o lo que venga, que no queremos pasar a ser ex de lo que sea. Gente buena que quiere seguir siéndolo sin morir en el intento.
Porque algo tenemos que haber aprendido duramente aquellos sesentistas que ahora nos preguntamos si estamos dispuestos a quedar apenas reducidos a sexagenarios. O sesentones que tienen una inesperada segunda oportunidad sobre la faz de la tierra para no quedar en esta pampa ancha y ajena en lo mismo que Aureliano Buendía, en otros cien años de verla pasar de largo.
Los pibes nos miran y no esperan…

Santa Rosa, 30 de noviembre de 2010
Aldo Birgier