«Años»
Todos sabemos que una gripe nos tira a la cama una o dos semanas y no hay remedio que la cure, aunque sí vacunas que pueden prevenirla o disminuir las probabilidades de que nos la pesquemos. También sabemos se puede aliviar sus molestias con algunas porquerías, pastillitas, te con limón, mimos, y si es posible un poco de coñac junto con cada una de esas cosas. Cuando nos lleva meses entre toses y mocos, empezamos a sospechar, que el matasanos no es lo suficientemente competente para descubrir que no se trata de una gripe.
Valga la analogía para figurarnos lo que suele pasar en la práctica de la atención psicológica hegemónica en nuestro país. (En Europa también se consigue…).
Hubo un tiempo en que en nuestro país era una marca de clase presumir que no se podía vivir sin estar en tratamiento permanente con algún “terapeuta” de renombre. Como si todos fueran victimas del equivalente de alguna de esas enfermedades que no tienen cura para las cuales el tratamiento continuo permite un manejo razonable de la patología y una buena calidad de vida con una vigilancia cuidadosa y disciplina en la medicación y/o la dieta. Una diabetes o alguna disfunción metabólica, digamos…
Es por eso que, cuando a algunos psicólogos nos cae un consultante que relata con toda naturalidad y hasta con una especie de orgullo insólito que lleva años de “terapia” no nos resulta insólito ver personas atrapadas durante un tiempo excepcionalmente largo en situaciones que por lo general juzgamos inaceptables. Tan admitida está esa experiencia que, ante la pregunta de rigor de si tienen alguna dolencia de tipo crónica que lo justifique, parecen no entender el concepto.
Y bueno, el que tiene plata que haga lo que le contente, y es asunto suyo gastarlo como le acomode y con quien le haga gusto. Después de todo debiera tenernos bastante sin cuidado que un profesional que cree que esto deba ser así logre que se le apunte un parroquiano dispuesto. Pero sería conveniente que quien no la tiene al menos sepa que existen alternativas a la prolongación infundada de sus padeceres.
Hay que admitir que las cosas han ido cambiando y, si bien la espantosa crisis laboral que pasamos no ha tenido ningún beneficio apreciable, al menos sirvió para que mucha gente zafara de ciertas trampas de la cultura.
Sin embargo hay colegas que no han sabido o querido adaptarse a la razonable demanda de un público cada vez mas exigente, y les cuesta entender que aquellos tiempos de “conseguir una buena vaca lechera” (vieja humorada cínica de estudiantes de psicología) se fueron para no volver, toda vez que las investigaciones desde hace bastante tiempos señalan que salvo en los cuadros de tipo crónico o de tratamientos complejo juntos con otros especialistas, por lo general más allá de la octava sesión, los beneficios de una intervención son limitados o al menos dudosos.
En concordancias con estos hallazgos, la tendencia actual de la Psicología Basada en la Evidencia propone establecer objetivos bien acotados y criterios para su cumplimiento. También recomienda proponer al consultante buscar otra alternativa si, al cabo de un tiempo prudencial, no perciben resultados. Quizá eso pueda ir contra ciertos intereses, pero con un poco de buena onda se puede confiar de que prime la honestidad profesional. Después de todo, el prestigio profesional es la inversión más lucrativa, y eso se obtiene por medio de la actualización en nuevos y más rigurosos modos de enfrentar los problemas que nos traen los consultantes.
Lo que en términos generales es como mínimo una cuestión de decoro, en ámbitos como la salud pública se convierte en apremiante, ya que no tenerlo en cuenta supone un desperdicio de esfuerzo que termina abarrotando de un modo inaceptable nuestros servicios. Esas largas listas de espera suponen dejar sin ayuda a quienes no están en condiciones de esperar. Basta con mirar para adentro y ver que siente uno cuando oye eso de que “no hay turno hasta dentro de dos o tres meses”, algo que ocurre cada vez más seguido en nuestro sistema de salud.
Es sabido aquello de que la justicia que tarda no es justicia, y el concepto puede extenderse legítimamente a la atención psicológica, porque de nada sirve una ayuda prometida cuando la solución pasó de largo por puro alargue del tiempo complementario. (¡La hora, referí…!)
No todos los psicólogos adherimos al mismo enfoque ni tenemos los mismos objetivos o utilizamos iguales procedimientos. Estirar la intervención más allá de cierto tiempo puede ser un modo de complicar el asunto y, excepto en patologías crónicas comprobadas, los procedimientos más acotados en el tiempo son más beneficiosos, por aquello de que mucho no significa mejor.
Mientras la demanda del público conduzca a nuestros profesionales a cambiar de enfoque o al menos a atreverse a explorar otras alternativas de intervenciones que le ahorren años de sufrimiento innecesario, el consultante tiene derecho pleno a decir “es suficiente”, sin la amenaza terrorista de que le puede pasar algo inimaginable, o le atribuyan alguna peregrina intención de “huída hacia la salud”.
Aldo Birgier. Psicólogo, Salud Pública. MA en Psicología Médica. E-mail: mamicordion@cpenet.com.ar
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