22 mayo 2006

La Otra Psicologia I

"Contaminados"

Estoy dispuesto a admitir que un profesional puede decidir no prestar sus servicios si no lo considera conveniente, o simplemente no desea hacerlo (algo discutible: algún compromiso asumimos cuando nos graduamos, ¿no?). No lo digo por mera corrección política, sencillamente prefiero reservarme el mismo derecho para situaciones muy excepcionales.

Aun así, negarse a atender psicológicamente a alguien porque conoce de algún lado al candidato, o porque trabaja ahí mismo donde uno, o porque es familiar de otro paciente resulta, cuanto menos, infundado. Como argumento es de cuarta y, si revisamos bien, en ningún Código de Ética Profesional dice que se le deba retirar la atención a un consultante por esa razón. O sea que asumir que ese rechazo se deba a "una cuestión de ética" apunta a disparate.

Para entenderlo mejor es inevitable remontarse a los orígenes de todo este asunto, que debe datar al menos de un par de milenios. La cosa viene de los médicos allá por lo de don Hipócrates, que parece que recomendaban no atender a familiares y amigos propios. Algo bastante razonable en vista de lo azaroso de andar trasteando con la humanidad de un pariente o amigo, gente con la cual uno se pone nervioso y se hace difícil mantener la ecuanimidad. Y es que si se le moría o quedaba algo averiado, no sólo se ganaba la pena o la culpa, sino que capaz que le generaba un considerable chisporroteo con la familia o las relaciones. Las propias, obvio. Visto en clave cínica y socarrona no faltará quien prefiera suponer que la cosa tenía más que ver con que siempre resulta incierto el reclamo de honorarios a parientes y amigos, muertos o sobrevivientes.

La cuestión fue juntando polvo y formalización con los siglos. Pero eso sí, sin exagerar porque de extenderse a meros conocidos, compañeros de trabajo, parientes lejanos, o a familiares, amigos y conocidos de los mismos, terminaba con que el pobre médico se quedaba sin pacientes a la primera de cambio.

Hasta ahí la cosa resulta comprensible, y los psicólogos clínicos, con muy buen criterio, asumieron una tesitura similar para su práctica profesional desde que se creó la especialidad.

Todo bien, hasta que arrancaron con el absurdo posmodernoso de la "contaminación", un concepto que supone que el psicólogo es un pobre tipo incapaz de tomar un poco de distancia, o ejercer la suficiente disociación instrumental como para poner entre paréntesis los motivos personales en su actividad profesional. A veces uno se pregunta para qué fueron a la facultad de psicología si no les enseñaron cómo hacerlo, o porque no los entrenan adecuadamente en plantearse estas cuestiones y resolverlas de un modo racional. O ni preguntarse porque ya sabe.

A pesar de que no todos creemos en eso del "inconsciente", por más que fuerza y buena voluntad que pongamos, ya se sabe que éste nos traiciona siempre. Y que es algo que sirve, entre otras cosas, para rechazar candidatos a "pacientes" con la excusa de que una vez vio pasar por la calle a la tía abuela del susodicho paciente. En fin, de todos modos es cosa de los creyentes perderse unos pesos en homenaje a la "contaminación" y puede que sea un gaje del oficio. En cuanto al pobre sufriente necesitado de una oreja comprensiva, mejor que se vaya del pueblo para conseguir quién le dé bola.

Eso me lo banco, pero por favor, que no digan que lo hacen por una cuestión de "ética", porque seguro que resulta una falta de respeto para los que no admitimos tal cosa, y a cualquiera le jode en serio que se insinúe que uno es un inmoral porque atiende puntualmente a todos los que llegan a un servicio público en busca de ayuda. Tirando a ofensivo, mire, una guarangada...

Ocurre que la cosa sólo tiene sentido si uno la va de psicoanalista. Pero ocurre que hay otros psicólogos que no piensan ni operan bajo los mismos supuestos conceptuales que los freudianos y prosélitos. Quienes trabajamos con enfoques disímiles -cognitivo, comportamental, o neuropsicológico, por ejemplo-- opinamos exactamente lo contrario. Para los psicólogos sistémicos que se enfocan con predilección en lo relacional, obligados a centrarse en el grupo familiar o del entorno, la cosa supone llanamente un insulto. Acostumbramos a convocar pareja, hijos, padres, o a cualquier persona del entorno, aceptamos incorporarlos incluso como nuevos consultantes si así lo demandan y, adicionalmente, intervenimos para mejorar las condiciones institucionales atendiendo a nuestros compañeros en nuestro espacio de trabajo.

Para todos estos otros psicólogos, rechazar a una persona necesitada de atención en base a un prejuicio tal como la noción no demostrada de "contaminación" puede implicar una discriminación, en especial si ese profesional es el único al que la gente puede recurrir por cuestiones geográficas o económicas.

El asunto llega a veces a niveles sublimes de despropósito, como le ocurrió a una enfermera que me consultó hace unos meses, la cual en medio de una crisis personal decidió buscar ayuda y se tuvo que comer el rechazo de la psicóloga "porque trabajaba en el mismo lugar que ella". Juro que la anécdota es verídica, y lo peores que el tema se reitera bastante seguido.

A pesar de la mala impresión anterior, decidió intentarlo nuevamente conmigo, vaya uno a saber por qué. Le aclaré que, aunque no comparto el criterio del profesional, se trataba de una decisión que hay que respetar. Con ese antecedente, no era mala idea buscar en otro lado. Para suavizar su mala impresión le recordé que eso suele ser una cuestión de piel y en ocasiones no nos sentimos cómodos con un profesional en particular, sin que nadie tenga la culpa. Quizá lo haya dicho por una especie de reflejo corporativo, pero después de todo es mi profesión.

--Es que ahí no termina la cosa --me dijo-- Ocurre que me las arreglé por mi cuenta en ese momento, y al cabo de un tiempo me la encuentro en la calle, y lo primero que me dice luego del besuqueo ceremonial fue que ya no estaba atendiendo en el hospital. Y me invitó a su consultorio.

--¿Y que hiciste?

--Para empezar le recordé lo que me había dicho en la ocasión anterior, y para terminar le zampé algo así como que, al parecer, la ética no es la misma si uno puede cobrar o no. Bueno, reconozco que no se lo dije así, más bien utilicé lo mejor de mi repertorio en.. Perdón, ¿puedo utilizar malas palabras en la consulta?.

--No me molesta. mi abuela decía que yo era particularmente boca sucia. Pero no tiene caso, te entiendo, a veces pasan esas cosas. Lamento que te hayas quedado sin atención, y me incomoda que te hayas formado una opinión tan negativa de mis colegas, pues la mayoría son buena gente. Yo también te conozco por haberte visto en el servicio, y no tengo inconvenientes.

De un modo constructivo, ya que debo concluir la nota, no me queda otra que hacerles notar a los que creen en cosas tales como la "contaminación" que nos es mala idea que la consideren una cuestión de conveniencia o perspectiva personal. Y que mantener una evidente tontería como la de que es "poco ético" atender a gente conocida del entorno personal o laboral supone ningunear a quienes no creen en lo mismo. De paso, proponer a los nuevos psicólogos que amplíen su perspectiva teórica y práctica siendo más críticos ante los planteos no fundamentados científicamente, y a quienes no la tengan clara que se entrenen en eso de la "disociación instrumental".

Mientras se van poniendo a tono algunos colegas, los consultantes pueden irse enterando de que tienen derecho a reclamar atención, y que pueden cuestionar al psicólogo que se niegue a brindarla con excusas truchas. O simplemente averiguar a que orientación pertenecen y. elegir otra que no los discrimine.

Aldo Birgier. Psicólogo, Salud Pública. MA en Psicología Médica.

E-mail: mamicordion@cpenet.com.ar

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