No importa si se está a favor o en contra de la actual evolución del proceso político, deberá reconocerse que Cristina Fernández es una marca. Quiero decir que se trata de algo así como una franquicia.
Utilizo aquí esa expresión de un modo no tan metafórico, apuntando a un concepto que no debería sonar extraño a los que “se quedaron en los noventa”, neoliberales explícitos o cripto-mercachifles. (¿Recuerda lo mal que nos caía cuando nos patoteaban con la supuesta vergüenza de habernos quedado en algún año…)
Como sea, al menos en el caso actual, nos sirve de figura ilustrativa para tratar de hacer entender el tema de la designación de una colectora y una candidatura, lo cual no es trivial.
Buscar garantías ideológicas para dar continuidad a un proyecto exige seleccionar a quienes estén dispuestos a acompañar las necesarias propuestas de un modo consciente e informado. Un proyecto que siempre tiene riesgos de malograrse con una candidatura “panqueque” que se nos dé vuelta en el Congreso, levantando la mano a favor de “la contra”, como cuando saltó la “125”.
Ese mismo proyecto que ha dado muestras de concitar adhesiones masivas y que, por eso, se constituye en una marca, en una franquicia por demás tentadora.
Como mínimo produce una sonrisa sardónica oír el grito sagrado de “antidemocrática” o “antipampeana”, en la voz o la pluma de quienes se cagaron sistemáticamente en la democracia y/o la provincia, y que ahora se presentan como doncellas ofendidas en su honor virginal.
El punto es poner en perspectiva la legitimidad del gesto, dedo, o lo que sea para designar un lugar en una lista y un referente institucional confiable. El punto es, de paso, aclarárselo a la gente de buena voluntad, que se impresiona por el griterío mediático y la versión del aparato. Porque la cosa no solo es legítima, también es legal.
Vamuavé… Si usted supone que va a vender más choripanes si compra un negocio armado, que da buenos dividendos –o sea carguitos y prebendas gracias al arrastre del prestigio bien ganado por parte de la política nacional– entonces decide no ir con su bolichito particular, sino invertir en una franquicia “CHORI S.A.”, por ejemplo.
Claro que eso conlleva algunas condiciones: no puede cambiar la marca, debe usar el logo como corresponde, y no puede salir luego vendiendo panchos y/o hamburguesas. Para eso hubiera buscado la franquicia de MacDonald’sⓇ, que, seguro, también le va a exigir algunas condiciones como la de no cambiar la forma de la “M”, ni el color, ni la calidad estándar del producto.
O sea, nadie lo obliga “antidemocráticamente” o “a dedo” de algo menos pampeano que poner un encabezado presidencial en una lista. Ponga otra y se arregló todo.
Quejarse de las exigencias que reclama “pertenecer” a un estatus que no logró acceder, es no entender el fair-play. Simplemente no compra la franquicia y listo, mire vea. Está en su legítimo derecho no hacerlo.
Si a usted no le gusta la receta “cristinista” o el sabor “kirchnerista” de esa marca de choripán, pues no la compre, no la venda, ni la produzca, ni pretenda sacar ganancias con su promoción y venta.
Deberá admitir, asimismo, que el dueño de la franquicia está en el derecho de vendérsela (o regalársela) a quien se le cante. Y también el de asignarle un gerente de confianza que vigile que se cumpla con los estándares garantizados por la misma.
Después de todo esos estándares son, justamente, los que le permiten tener tantos clientes, a lo largo y lo ancho del País.
Bueno, también puede querer utilizar la marca sin permiso, pero eso se llama piratería. Como hacen en “La Saladita”, ¿vio?
El problema es que eso está penado, sino por la ley, al menos por las buenas costumbres de gente que cree en el capitalismo dendeveras. Y sobre todo porque tiende a baratear el producto.
En suma, capaz que le convenga poner su propio bolichito, no comprar la franquicia, y sobre todo no quejarse. No sólo no es de buen tono, sino que tampoco nadie le va a creer.
Bueno, pudiera que algunos caigan en la verseada. Entonces, la cosa será explicarles con paciencia como funciona eso de la política, los negocios, y la decencia argumental. Y en eso estamos.
ALDO BIRGIER,
julio de 2011
No hay comentarios.:
Publicar un comentario