Soy
un tipo cualunque que transita por la calle (o mejor por la vereda,
que es más seguro), y que admite no poseer en materia legal más
conocimientos que el promedio de los ciudadanos de a pie. Como mínimo
acuerdo con eso de que las opiniones son libres aunque soy de los que
piensan que igualmente los hechos son discutibles según se mire.
Y,
según se mire, tengo derecho como cualquiera a desparramar mi
opinión por el campo de orégano. En especial el campo kafkiano de
lo que se debate sobre las últimas propuestas sobre el poder más
aristocrático y autocrático o mínimamente democrático de los
tres.
Puesto
a pensar no puedo abstraerme del procedimiento inaugurado (al menos
en los registros históricos) por el aristócrata Platón. Ese de
inventarse diálogos truchos para hacer derivar mis puntos de vista.
Así,
imaginé un interlocutor tan versado como yo mismo sobre leyes y su
sentido, común o menos que común, o sea poco. Pero con un cerebro
en tan buenas condiciones como cualquier leguleyo.
–Mirá
–me habría encañonado el interlocutor imaginado– todo esto de
la “democratización” (así con comillas, para dar un manto de
duda) de la Justicia (esto con mayúsculas, para darle la debida
importancia) me suena a una maniobra del gobierno (con minúsculas,
según venga la mano) para hacerse de todo el poder.
–No
veo cómo –respondo un poco inhibido–. Puede ser, pero antes me
gustaría apelar un poco al criterio analítico, algo que no viene
mal toda vez que un asunto suele ser complicado de tragar entero, lo
cual amerita partir cualquier cosa en pedazos digeribles.
–¿Cómo
es eso?
–Muy
simple respecto al tema que nos toca: el Parlamento (lugar para
hablar si lo hay), o sea Cámara de Diputados y Cámara de Senadores
aprobó un paquete de seis leyes luego de discutir y dar la
oportunidad de discutir a tutti
cuanti...
–Vale,
pero igual estoy en contra.
–Es
un buen principio: por eso vale también ir descuartizando el asunto.
Te propongo que lo hagamos como en un picadito de futbol: gol, lo
cual da triunfo para un lado, para el otro, o al memos empate.
–Listo
–dice el otro escupiéndose las manos y agachándose para atajar.
–Va
el primero. Pregunta: ¿Estas de acuerdo en que todos debemos pagar
nuestro impuestos por igual?
–Seguro...
aunque prefiero que lo que más ganan, más pongan...
–Entonces:
uno a cero, porque ese es lo que reclama la primera ley propuesta...
Un
poco amoscado, el insigne interlocutor, tipo honesto pero poco
convencido (o mejor, convencido en contra por los que se hacen llamar
“los medios”), no tiene más remedio que admitirlo.
–Ponete
que va el segundo: ¿Estas de acuerdo con que hay que permitir que
todos nos enteremos acerca de cualquier acto judicial que nos
involucre? Porque eso es lo que pide la otra ley que se aprobó: que,
salvo lo que razonablemente es parte del “secreto sumario”, todo
lo demás aparezca al menos en Internet.
–Y
sí, no me gustaría que manden en cana a alguien sin saber de qué
se le acusa, o que pruebas hay, o lo que sea... es natural, ¿no?
–Bueno,
entonces, dos a cero: eso es lo que pide la otra ley aprobada.
El
gol no lo pone contento, ¿quien lo estaría, ni siquiera en medio de
un picadito de penales?
–Se
va la tercera: ¿A vos te gusta que si se te da por entrar en un
conchabo judicial, se te cuele la nuera de un juez?
–Y...
no, prefiero que me valoren por lo que muestro.
–Esto
es, por concurso, con reglas y todo eso, ¿verdad?
–Seguro...
–Comete
el tres a cero, campeón, porque eso es lo que propone otra de las
leyes aprobadas por nuestros representantes en las Cámaras.
Se
lo ve un poco chinchudo pero se prepara a tirar, ahora le toca.
–A
ver, decime: ¿Qué falta hacen dos Cámaras de Casación más?
–Supongo
que sabés qué es una Cámara de Casación?
–Bueno,
no demasiado...
–Entonces
te explico: sirven para que, al igual que la que existe en el Fuero
Penal, evalúen los resultados de un juicio, para que no se cometan
injusticias por cuestiones formales. De paso es para que no manden al
divino botón, y para que esperen el (y valga la expresión, el)
“juicio de los Justos” en la Corte Suprema, que está para otra
cosa exclusivamente, decidir sobre la constitucionalidad de un juicio
o una ley. Eso era lo que proponía la cuarta ley aprobada por
nuestros representantes.
Como
se queda callado, aprovecho para declarar: atajada, o sea cuatro a
cero...
–Tirá
el que sigue –la cara de pocos amigos daba para irse a los bifes.
–‘Ta
bien: Ahora me toca otra vez. ¿Por qué limitar las cautelares?
¿Acaso eso no nos protege de que nos dejen en bolas y cuando quede
claro el asunto no haya modo de arreglarlo?
–De
ninguna manera –contesté–. Eso está aclarado en la ley
aprobada, es sólo en las cuestiones que tienen que ver con el
Estado, y sólo en lo económico, porque el Estado no puede
declararse insolvente: al final, si sale como se espera, siempre
paga...
Me
tiro para el mismo lado que patea:
–Pero
¿y los casos en que hay riesgo de atentar contra los Derecho
Humanos, o cuestiones sociales?
–Eso
está considerado en la quinta ley, incluso fue corregido por pedido
expreso del CELS: son las excepciones. Además simplemente pide
regular
los tiempos, o sea que no demore más de seis meses y, por las dudas,
otros seis meses, pero no cuatro años haciéndose el sota.
Al
final lo atajo aunque con dificultad.
–Cinco
a cero... –remarco para calentarlo– te lo respondí.
Como
no puede responder, se manda el siguiente con saña.
–Preparate:
Este no me lo podes parar ¿No es un modo de politizar la Justicia
(así con una gran mayúscula) modificar el Consejo de la
Magistratura para ponerlo al servicio del Ejecutivo?
–Para
nada. En primer lugar, no hablamos de justicia, simplemente es el
Poder Judicial, que estaba en manos de dos corporaciones la de
Abogados y la de Magistrados (o sea los jueces), con un pobre tipo
delegado por el Ejecutivo. Eran trece que decidían sobre nombrar
jueces, y/o mandarlos a juicio cuando se mandaban una deyección
(mirá que delicado soy), y que un Jury de Enjuiciamiento decidiera:
ahora, la sexta ley propone agregarle seis más, y que tres sean de
los abogados y tres de los magistrados. La mitad elegidos por los
ciudadanos en los comicios. No está mal...
–Pero
eso es un escándalo! ¿Cómo va a elegir el reo a su juez?...
El
reo, en este caso es el Pueblo, quiero decir, pero prefiero no
salirme del reglamento por la gritería de la imaginaria tribuna.
–El
“reo”, o sea vos y yo, no elige nada: simplemente elige a seis
consejeros
adicionales, lo que lleva el cuerpo a diez y nueve. Al parecer pensás
que el oficialismo va a sacar todos
en las elecciones (buen reconocimiento de derrota previa). Aunque eso
ya lo venís haciendo con los Jueces de Paz.
–Pero
igual... –amagó para el otro win
antes de patear a fondo– le da poder a quien no sabe de leyes...
–No
digas... ¿O sea que los únicos
que saben de leyes son los que pasaron por la facultad de ídem? ¿Y
qué pasa con todos los académicos que saben sobre el tema tanto o
más que algún abogado partidista,
o un juez llegado al puesto por chanchullos familieros? –atajo con
elegancia, y para fastidiar devuelvo la pelota de cabeza agregando–:
En el mejor (o peor, según se mire) el partido que gane puede llegar
a poner cuatro o cinco consejeros, y si es el oficialismo pone otro.
¿a vos te parece que pueden oponerse a los 12 o 14 (según salga la
cosa)?
Gol
final. Seis
a cero.
Mientras
me mando la Vuelta Triunfal voy gritando: ¡Abajo
la autocracia!, ¡Basta de “Señorías, Vuesa Excelencia, y
mariconadas similares! ¡Justicia de verdad para todos y todas!...
Hasta
que el silencio de la tribuna me avisa que esto es apenas un dialogo
platónico, apenas un recurso idealista para decir lo que se quiere
decir. Me voy de la canchita imaginaria con la imaginaria pelota bajo
el brazo.
Con
la radio pegada a la oreja mientras fantaseo, con la esperanza de que
algo cambie en lo que llaman justicia, me entero que la Suprema Corte
de Justicia (¿?), que en rigor debiera ser una comisión
calificada de constitucionalidad
y punto, acaba de declarar “inconsticionales” una
de las leyes aprobadas por mayoría por el Poder Legislativo,
supuesto representate del conjunto de los argentinos.
O
sea, por decisión del referí, acabo de tener un gol en contra, y en
una de esas me anula los otros cinco, me cacho...
Referí
bombero, arbitro comprado.
Me
regodeo en un premio consuelo: el verdadero partido no eran las seis
leyes, los seis penales de la picada con un interlocutor platónico,
sino algo mucho más modesto y al mismo tiempo más trascendental.
Lo
que los poderes corporativos pretendieron siempre
fue “de esto no se habla, eso no se dice, eso no se hace”.
Y
ahora es un bruto
tema de debate.