Ya han pasado varias décadas que escuché por primera vez, y me dejó prendado, ese disco medio meloso de Joao Gilberto, de homenaje a Joao Carlos Jobim con letras-encanto como “amor a primeira vista / amor de primera mao…” o “es aquí este sambinha / feito de uma nota so...“
Lo que me quedo grabado con letra y todo fue la que ahora traduzco para no quedar por un animal tratando de escribirla en portugués, “Si pretendes / discutir por discutir / sólo para ganar una discusión / ya percibí la confusión / tu quieres ver prevalecer / la discusión sobre la razón / no puede ser / no puede ser…” y seguía así, y no la paso completa para no aburrir. mejor recomiendo buscar el viejo disco –o simplemente mandarse YouTube, más fácil– porque en el idioma original y con la voz de Gilberto era otra cosa.
Como de costumbre, la digresión inicial sirve para justificar el título y algo más.
Porque a lo que quiero entrarle es a la situación que se va dando en medio de un estado de confrontación “crispada”, como el actual, cuando nos enculamos con amigos y gente que apreciamos, por no estar en pleno acuerdo con nuestros puntos de vista. Y no hablo de “buena onda” o flatulencias perfumadas al tono…
Uno podría ampararse en que la normal polarización de opiniones de estos tiempos a veces suena a provocación. No importa, la justificación en algún punto se torna mera excusa y, como ya sabemos, las excusas son como el ombligo (anatomía políticamente correcta, o pacatería verbal), todos tenemos al menos uno, a veces contra natura…
Tema de composición: “ACERCA DE LA DETERMINACIÓN DE TRENZARSE EN DISCUSIONES, Y A PROPÓSITO DE CALENTARSE AL DOPE”. (Sepan disculpar los seguidores del camarada Mao el parafraseo berreta.)
Un tema que guarda la intención explícita de sugerir dejar de hacerse mala sangre y, de paso, conservar las amistades. O, con una meta más ambiciosa, hacer un poco de pedagogía sobre el mejor modo de promover los propios puntos de vista, al par que cumplir con el inefable Dale Cornegie, si no aprendiendo a hacer amigos, al menos no irlos perdiendo.
Permítaseme hacer entonces un poco de teoría sobre el asunto de la DISCUSIÓN.
Está claro que confrontar puntos de vista es un recurso eficiente para la resolución de conflictos. En este caso la discusión no sería sino un mecanismo ineludible para la negociación. Posiblemente el más adecuado. Más eficaz pudiera ser un garrote. Pero en vista de que no contribuye a la armonía que garantiza resultados perdurables, no lo veo como tan recomendable: eficaz no es lo mismo que eficiente. Simplemente apunta a lograr un objetivo sin tener en cuenta el costo.
Funcionalidad aparte, hay una tendencia generalizada para usarla en otros contextos. La motivación explicita o no, consciente o no, intencional o no, es la de convencer al otro de algo. Lo cual tiende a convertirse en ineficiente e incluso en inconveniente, a menos que se cumpla una condición: la presencia de un auditorio y/o barra a quien dirigirse.
De más está decir que como objetivo es, cuanto menos, ilusorio. Porque no hay nada tan útil a que el otro resista en sus convicciones como que el uno intente convencerlo por medio de la discusión. De un modo más gráficos, si uno apunta con el dedo al otro intentando penetrar con argumentos las convicciones, lo más seguro es que las puntas de los dedos choquen. Y a veces eso duele.
En cambio, si se trata de una discusión ante a un público atento, eso se llama debate.
En principio, en un auditorio de diez personas (por decir un número), vamos a tener, al menos en teoría, y eso puede variar, tres sujetos que van a estar en acuerdo conmigo, otros tres de acuerdo con el otro; dos que no van a coincidir con ninguno; y otros dos que no van a estar seguro de para que lado agarrar. Doy esas proporciones teóricas porque me cuesta un poco dividir a las personas en dos y medio.
El hecho es que a los tres primeros debería dejarlos a su suerte, y lo irreductible de sus posturas me sugiere que se van a joder por no querer entender nada de lo que quiero hacerles entender.
A los tres siguientes supongo que puedo servirles para bajar línea y darles letra para sus propias discusiones. El peor de los casos me van a criticar por no saber defender adecuadamente sus puntos de vista, y se van a quedar con la impresión de que ellos pudieran haberlo hecho mejor. Y bueno, mala suerte.
Pero son los últimos cuatro los que me deberían interesar. A esos sí puedo intentar convencerlos de algo, más allá del éxito del intento.
Visto así, el objetivo no puede ser otro que intentar hacer quedar como el culo al oponente, desacreditar sus argumentos, y si es posible pisotearlo un poco inmisericordemente. A menos que quiera dar una buena imagen como cultor de fair play, nobleza obliga… Lo cual no me permite presuponer que lo haya convencido de nada. A lo sumo se irá con la idea que lo hizo razonablemente bien, o en todo caso se irá a casa a rumiar aquello que nos pasa siempre luego, “carajo, no se me ocurrió contestarle que…”.
La cosa funciona igual para el otro, o sea en espejo.
Lo cual nos libera de la neurótica necesidad de discutir con gente que uno aprecia, de a dos y con escasa presencia alterna. Y que uno puede seguir apreciándola por otras cosas, más allá de que en algún punto en particular creen boludeces que uno “sabe”, que lo son. E incluso nos salva de caer en provocaciones, igual de neuróticas o no, cuando se nos invita a cotejar puntos de vista.
Otro modo de considerar el asunto es proponerse charlar sobre algún tema, simplemente conversar, lo cual siempre es enriquecedor. No hay nada de malo en intentar hacerle entender al otro los motivos y razones (no son lo mismo) por las que uno se engancha en algún aspecto de la realidad de un modo particular. Y que el otro no tiene porqué compartir.
Y aquí se nos presenta una situación que nos lleva a considerar otro modo de manejar el asunto. Se puede proponer, cuando surge la cuestión, una alternativa: “¿vos querés que discutamos el asunto con seriedad, aportando argumentos coherentes, acercando información de fuentes responsables y creíbles; o preferís que nos mandemos chicanas y cargadas varias para divertirnos un poco?”
Y una vez aceptado el convite, proceder de un modo consecuente. Ambos casos son también fuente de enriquecimiento personal, en el primer caso porque sirve para ampliar nuestra perspectiva, y en el segundo porque enriquece el sentido del humor y contribuye a pasarla bien. En especial con picada y cerveza de por medio.
Lo que no conviene aceptar es mezclar las cosas, algo que parece serio y no lo es. Es un programa garantizado para pasar un mal rato, quedar enculados. Y a la larga, ir distanciándose de personas que fuera de no estar de acuerdo con nosotros son buena gente que en el peor de los casos simplemente están “emefete” (o, más finoli, “MFRA”: “mingitando fuera del recipiente adecuado”) sobre el particular, según nuestra opinión. En ese caso es recomendable rehusar el convite a algo que no es otra cosa que un ejercicio de masoquismo explicito.
Traslado un comentario de un amigo (él se refería a al amor y sus frustraciones), “la cagada no es tanto el tiempo material que uno pierde con las mujeres, sin el desproporcionado tiempo mental, emocional e imaginario, que uno les dedica”.
O sea, volviendo al tema de la discusión y dejando a las mujeres amadas-odiadas donde deben estar, uno sigue dándose manija sobre el eventual resultado fantaseado del evento. Con la calentura consecuente y la amplificación ineludible del fastidio. En suma, lo peor de las discusiones evitables es su reverberación. Somos rumiantes verbales, que le va a hacer…
De todo esto se puede derivar unos pocos enunciados nomopragmáticos, o sea reglas para el manejo interpersonal. Procedo a sugerir algunos:
En primer lugar, de ser posible, no discuta. Nunca. A menos que sea para divertirse, con ánimo lúdico. O sea pocas veces. En caso que deba defender un interés especial, revise otras estrategias para negociar. Y si no hay más remedio, recordar siempre el objetivo.
Si presume que exponiendo sus puntos de vista puede atraer a gente a su postura, tenga en cuenta que debatir es algo diferente a discutir. Fije las reglas del juego, y trate de que se admitan como un consenso. Esto significa un modelo de interacción en el que uno escucha, piensa lo que dijo el otro, responde y exige se le escuche con respeto, y así renueve el ciclo.
Una frase de forma para evitar que nos corten: “si vos hablas siempre, entonces vas a tener razón siempre…”
Olvídese de intentar convencer a los que ya están convencidos, en contra o a favor, y centre sus argumentos en los objetos de seducción-persuasión legítimos, o sea en los que dudan, o los que no están con ninguno.
En caso que sea imposible, recuerde aquello de que “si lo que dices no resulta mejor que el silencio, no digas nada”. Aunque debo reconocer que, en mi caso, no puedo brindar garantías ni a mí mismo. Tristemente, en mi caso, no puedo asegurar no trenzarme en alguna. Como dije, se trata de una “necesidad” neurótica. Y de eso comemos los psicólogos.
A pesar de lo que canta Jobin, vía Joao Gilberto, “eu lhe asseguro / pode creer / que cuando falha o corazao / das veces es melhor perder / da qui ganhar / vocé vai ver…”
La vida es corta, y no tiene mucho sentido perder pedacitos de ella dándoles pasto a los pesados que andan provocando por ahí. Oficio de masocas, que le dicen…